jueves, 8 de mayo de 2014

GILLES VILLENEUVE, EL MIMADO DE ENZO FERRARI...

08 de Mayo de 1982 - 32° Aniversario - 08 de Mayo de 2014

El 8 de mayo de 1982 nos abandonó. Aquel canadiense de fisco diminuto y talento inmenso nos dejó para siempre. ¿Para siempre? Lo que seguro está fuera de discusión es que Gilles Villeneuve logró ser uno de los poquísimos pilotos que estuvieron por encima de los resultados.

A pesar de que nunca fue campeón en la categoría y sólo consiguió 6 victorias, Villeneuve fue uno de los ídolos más grandes en la historia de la máxima. Así como Ferrari se asocia inmediatamente con la Fórmula 1, Villeneuve se asocia inmediatamente con la velocidad y el espectáculo.

El sí que no sabía de especulaciones. Siempre a fondo. Siempre al límite. Aunque no por eso era desobediente de las ordenes de la Scuderia. Ordenes que le privaron de obtener el título de 1979.

Porque en el Gran Premio holandés de ese año, Don Enzo Ferrari les avisó a él y a su compañero de equipo, Jody Scheckter, que el que llegara primero sería respaldado por el otro en la búsqueda del uno.

El neumático trasero izquierdo estalló. Sus ilusiones de campeonato, también. Una vez finalizado el certamen su lamento sería público. "No sé como, pero respeté lo pactado. Jamás imaginé ceder una victoria. No tendré otra ocasión igual. La T4 no tiene evolución, el año que viene será de Williams y Jones. ¿Otra chance? No sé". Finalmente el canadiense fue subcampeón, a pesar de ganar la misma cantidad de carreras que el sudafricano (tres).


La excelente capacidad conductiva y el estilo de Villeneuve se debían fundamentalmente a dos cosas: a su formación en las carreras de motonieve -fue campeón mundial- y al talento, al talento puro. Disfrutaba la competencia. La adrenalina fluía por su cuerpo hasta llegar al volante. Peleando contra el auto o exprimiéndolo al máximo, siempre brindaba espectáculo.Desde su debut en Inglaterra ’77 con el McLaren Ford Cosworth, donde largó noveno, llegó a estar cuarto y terminó undécimo. Pasando por el inolvidable rueda a rueda que le ganó a Arnoux en Francia ’79 o la victoria en Jarama 81, en la que sin tener un coche superior, mantuvo pegados a la cola de su Ferrari a Laffite, Watson, Reutemann y De Angelis.
Cómo olvidar su magistral demostración bajo la lluvia en Canadá ’81. Aquella vez la rotura y posterior pérdida del alerón delantero no fueron impedimento para finalizar tercero. O los malabares que tuvo que realizar en el ya citado Zandvoort ’79 para llegar a los boxes.


Por algo Enzo Ferrari, al presenciar su debut, lo comparó con Tazio Nuvolari. No pasó mucho tiempo para que Gilles se subiera a una Ferrari. La rotura de la transmisión le impidió empezar con el pie derecho frente a su público, en Canadá. La segunda carrera fue peor que la primera. En Japón, dos espectadores murieron y varios resultaron heridos como consecuencia del toque que Villeneuve protagonizó con el Tyrrell "seis ruedas" de Ronnie Peterson. En Notre Dame ’78 llegaría la revancha con su primera victoria. Victoria que confirmaba el idilio que los tifosi tenían con él y que había nacido en el preciso instante en que Villeneuve aceleró por primera vez una máquina del Cavallino Rampante.


"Me apasiona el desafío con leyes físico - mecánicas. Amo el límite...". Esta frase resume su forma de ser y su estilo para conducir. Y precisamente buscando el límite fue que nos dejó. Quizás el principio del fin tuvo origen en la carrera que Didier Pironi, por aquel entonces su compañero de equipo, le "robó" en San Marino ’82. El francés desobedeció el acuerdo que existía con Villeneuve, para que éste pudiera por fin triunfar frente al público que tanto lo idolatraba. La tristeza del canadiense en aquel podio fue llamativa.


Dos semanas después, en Zolder, Gilles salió abajarle el tiempo a Pironi cuando restaba poco para finalizar la clasificación. Lamentablemente, Villeneuve se encontró en su camino al March de Jochen Mass. A pesar de que moriría horas más tarde en un hospital cercano, aquel vuelo de la 126 C2 no sólo lo llevo a la tumba; también lo condujo a la eternidad. Eternidad en la que lo mantienen todos aquellos que alguna vez lo vieron acelerar su Ferrari a fondo...