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El temperamental 12 cilindros había dejado de rugir, apenas ronroneaba.
"Ahora ando a batería", bromeaba, aludiendo al marcapasos. Era la máxima
gloria viviente del automovilismo argentino y una de las más grandes de
todo el deporte nacional. Hasta las máquinas exquisitas se quedan
finalmente sin combustible. La de José Froilán González duró 90 años, la
mayoría emparentados con el éxito, el cariño y la devoción.
Una crisis respiratoria terminó por detener al brioso motor que impulsó
la fantástica carrera del arrecifeño, que había nacido en 1922 y que se
transformó en la década del '50 en el segundo mejor piloto de la
historia del volante en la Argentina, porque delante suyo Juan Manuel
Fangio había conquistado cinco campeonatos mundiales. "Fangio tenía unos
cojones excepcionales, pero Froilán era conductivamente superior",
llegó a compararlos Domingo Marimón, el ganador de la mítica Buenos
Aires-Caracas, compinche de ambos.
Corpulento, generoso, extremadamente vital, fue un personaje para la
mesa de luz que jamás ahorró su dimensión humana, y hasta último momento
se podía pasar a saludarlo por su oficina de Uruguay al 100. "Siempre
voy a todos los homenajes a los que me invitan, nunca puedo decir que no
?aceptaba?. Me pongo contento como una margarita cuando me junto con la
gente." Froilán significó mucho más que un viejo corredor exitoso. Era
la prueba tangible de que la gloria deportiva argentina que nos cuentan
los libros y las colecciones de revistas nunca fue mero cuento.
Acaso entró en la historia el 14 de julio de 1951, el día en que
conduciendo un 12 cilindros producido en Maranello derrotó a los
invencibles Alfa Romeo, en el Grand Prix de Inglaterra en Silverstone.
Esa fue la primera victoria de un coche Ferrari en el Campeonato Mundial
de Fórmula 1, la primera de una cuenta de 221 que por ahora cerró
Fernando Alonso un mes atrás en Barcelona. Desde entonces, y hasta su
muerte, Enzo Ferrari lo consideró una especie de debilidad. "Jamás
necesité cita para verlo al Viejo", decía Froilán
Logró mucho más que una victoria trascendental para ganarse ese sitial
sagrado entre los monstruos del deporte argentino. Pudo haber sido el
primer campeón mundial argentino de F-1 en 1951 si Ferrari lo hubiera
contratado a comienzos y no a mitad de año; fue el único piloto nacido
en la Argentina que venció en las 24 Horas de Le Mans, lo que ocurrió en
1954 y a bordo de una Ferrari; aquí ganó tres veces las 500 Millas de
Rafaela y, ya retirado, con su empuje visionario creó el Chevytú, el
auto que revolucionó al Turismo Carretera a mediados de los '60, la
bandera de largada del TC actual, la lucha permanente entre los Falcon y
las Chevy.
En octubre había cumplido 90 años, los festejó manejando. "No sé qué
haría si no pudiera conducir", se preguntaba. "Cuando se cumplieron los
60 años del triunfo en Silverstone, hicieron una fiesta en el autódromo y
me subí a una Maserati. Elena, mi señora, me pidió que diera una sola
vuelta. Pero me entusiasmé... y di dos." Enterado en Italia de su
muerte, el presidente de Ferrari, Luca Di Montezemolo, aseguró haberse
"entristecido mucho" con la noticia. "Perdimos a un verdadero amigo."
Nosotros perdimos mucho más que eso.