Omar Wilke y no necesita presentación. Nació en el
barrio porteño de Barracas y hoy cumple 75 años. Dedicó su vida a la
preparación de vehículos de competición y es una figura destacada y
respetada en mundo de los fierros. Pasó por Rosario y dejó un sinnúmero
de anécdotas, frases y comentarios.
Alguien en
la sala le preguntó por su pasado como piloto, Don Omar respondió
utilizando un anécdota que permitió dibujar en la palabra el momento en
que él mismo se dio cuenta que su futuro no estaba sobre los autos sino
preparándolos. “Yo andaba siempre a fondo con mi auto particular,
que era un Peugeot 404. Preparábamos el coche de Mecánica Argentina
Fórmula 1 y un día que Carlos Pairetti llegó tarde al autódromo de
Buenos Aires me pidieron que diera algunas vueltas. La primera la hice
despacio y en la segunda traté de viajar a fondo en la recta que va
desde Salotto hasta Ascari. ¡No me alcanzaba el ancho de la pista! Me
bajé y comenté que no lo podía llevar, que algo estaba mal. Entonces
llegó Pairetti y dio un par de vueltas pero en el circuito 7. En la
última bajó el récord. Ahí mismo me di cuenta que ser piloto no era para
mí”. comentó Wilke
La consulta fue
inevitable en un pasaje de este encuentro que tuvo Omar Wilke en la
ciudad de Rosario. La historia del famoso “7 de Oro” que quedó grabado a
fuego en la historia del automovilismo argentino.
“Un auto
emblemático. En un principio fue rojo, hasta que el ingeniero Ricardo
Joseph consiguió la publicidad de Old Smuggler y se pintó de dorado. El
motor era el mismo que usábamos con Marincovich. A ese auto lo
desarrollamos en la ruta porque no teníamos banco de prueba. Vimos que
levantando un poco la cola viajaba más rápido, y cosas por el estilo. El
desarrollo del chasis se hizo en la ruta 6, entre Cañuelas y Brandsen,
en un tramo que no estaba terminado. Inclusive probamos con lluvia. Era
increíble ver acercarse un punto dorado seguido por una nube de spray.
Roberto Mouras era muy bueno corriendo en ruta y en aquel año (1976)
también se hizo fuerte en los autódromos. Los resortes de válvulas
siempre fueron un problema. Sólo podíamos girar a 8.000 vueltas. Sin
embargo, hicimos un desarrollo para un máximo de 7.500 rpm. Sólo en la
última vuelta le permitíamos a Roberto tirar los cambios a 8.000, y
generalmente hacía el récord en ese último giro. Teníamos velocidad y de
a poco tratamos de tener confiabilidad. Cuando la conseguimos logramos
seis victorias al hilo”.
Por
estos tiempos que corren las exigencias por un buen resultado son muy
altas y eso conlleva a los cambios permanentes en las estructuras de los
equipos. El piloto siempre está bajo la exigencia de los resultados y
hoy se perdió la fidelidad que antes existía entre preparador y piloto.
“El piloto se tiene que vender. Tiene que conseguir el dinero del
sponsor y éste le exige resultados. Si no los logra, lo más fácil es
cambiar el preparador del motor. Es lo más fácil para tener una excusa
por un par de carreras más.
Hoy no tengo clientes en la categoría. El
costo de un motor es de 25 mil dólares y muchas piezas se cambian
después de cada carrera. Por eso, alquilarlo en 60 mil pesos por carrera
es una cifra lógica. Sé que ahora se paga por tener el motor número 1
de un preparador o por tener exclusividad”. Aseguró el maestro de
mecánica Omar Wilke
En
el repaso de la historia Wilke es palabra autorizada para valorizar a
los grandes preparadores que tuvo y tiene nuestro automovilismo.
Aquellos que marcaron el camino que hoy transitan otros allí hay un
ranking de preparadores que Wilke destaca. “Primero conocí a unos
hermanos de Olavarría que eran excelentes (los Emiliozzi), aunque antes
hubo dos hermanos de Caballito muy pero muy buenos (Oscar y Juan
Gálvez). Se destacó Bernardo Pérez atendiendo los autos de Froilán
(González) y de Carlos Marincovich, también los hermanos Bellavigna,
Wilke y Pedersoli, José Miguel Herceg y, por supuesto, Oreste Berta. No
puedo decir quién o quiénes fueron los mejores. Sólo sé los sacrificios
que hice y puedo imaginar por todo lo que pasaron los demás. Es una
profesión muy absorbente. Un día me di cuenta que tenía una hija grande,
que no había visto crecer. Y no sé si vale la pena tanto sacrificio con
tal de obtener éxitos en el automovilismo”.
Sergio Tenaglia